El siglo XXI en su tercera década plantea retos realmente apremiantes para las instituciones públicas en tanto generadoras de ejemplo colectivo frente a la protección de los seres humanos, animales y el entorno; respondiendo a un llamado como el que hiciera Francisco en su documento Laudato Sí en relación con el cuidado de la Casa Común y que se une a reflexiones de otros, como el expresidente Barack Obama o el empresario Bill Gates sobre la relevancia de ese cuidado que viaja de visible e invisible por medio de una comunicación que se orienta a éste.
Gobiernos, empresas, gremios y líderes tienen hoy un reto enorme, no solo con sus acciones y decisiones para la sostenibilidad, sino sobre sus actitudes y su lenguaje en relación con sus públicos para generar una visión de ejemplo que lleve a miles de personas a sumarse a una nueva cultura del cuidado que nos permita ver con más esperanza el futuro en el corto y mediano plazo ante los aterradores vaticinios de organizaciones como Global Footprint Network, que mide la demanda de los recursos del planeta y visibiliza la sobreexplotación de la naturaleza bajo el actual ritmo de consumo y es que, a julio de este año, el planeta ya consumió los recursos disponibles para todo el año, lo cual nos hace ingresar en un sobregiro según la ONG.
El reto comunicacional entonces no se resume a mensajes románticos de protección del medio ambiente sino a un asunto mucho más amplio como el que propone Paul Capriotti al afirmar que se trata de una visión más profunda, en la que la ciudadanía corporativa se puede definir como “los compromisos, estrategias y prácticas operativas que una compañía desarrolla para la implantación, gestión y evaluación de su Conducta Corporativa, su Ética Corporativa y sus Relaciones Corporativas” (Capriotti, 2006, p. 2). Aquí hablamos de compañías y líderes públicos y privados en la generación de ejercicios de comunicación interna y externa de transformación de cultura para orientarla en estos aspectos éticos de conducta que lleven al cuidado.
Así las cosas, el lenguaje y la comunicación de líderes, gremios, organizaciones públicas y privadas son vitales en la gestación de una cultura del cuidado que permita una transformación voluntaria del comportamiento de los ciudadanos en temas tan urgentes como la eliminación de las violencias, la protección de todas las especies, la generación de mayor equidad, la protección de los recursos naturales y de sostenibilidad para el planeta.
La ciudadanía corporativa hace que todas las organizaciones y líderes relevantes para una sociedad, no solo actúen en coherencia y consonancia con la responsabilidad de un presente mejor, sino que generen un imaginario y unos modelos de vida que los ciudadanos que los consumen como referentes o influencia; puedan procesar como recomendables ciertos comportamientos o actitudes y más en tiempos como los actuales cuando el liderazgo público pasa por uno de sus peores momentos en materia de credibilidad, confianza y nivel de aprobación en todos los niveles y estratos socioeconómicos de ciudadanos desde el Valle de Sonora hasta la Tierra de Fuego.
En América Latina el liderazgo público y las instituciones se han visto sumergidas en una especie de escafandra de escepticismo; impermeables a que pueda fluir una mejor relación con el ciudadano; ausentes en momentos claves o al menos presentes pero no generadores de una interacción, conversación o diálogo que inspire y genere confianza. Se trata de poca o nula comprensión de la trascendencia que tiene, para quien afronta el día a día en la calle, que esas personas que se dicen como líderes públicos sean realmente personalidades confiables, personalidades transparentes y personalidades que cumplen su palabra.
El ciudadano del común es habitante de una profunda crisis que se ha acentuado a todo nivel y se ha visto matizada por la crisis ambiental, energética, alimentaria, sanitaria y ahora de un proceso de regresión en materia de grandes guerras mundiales. Un escenario de poco cuidado que pensábamos del pasado, pero que hoy reapareció como resultado de la ambición desmedida del ser humano y esa distancia exigua entre política y guerra —como bien lo describe Van Clausewitz en sus tratados—, donde concluye que las dos actividades son lo mismo pero su variación se da por la metodología de ambas. En medio de esta crisis, las personas buscan referentes, instituciones, objetos que imitar, de los cuales aprender, de los cuales recibir instrucciones sobre diversos temas que caracterizan estos tiempos líquidos donde cada vez hay menos certezas, donde las preguntas cuestionan a las mismas preguntas y como diría Sigmund Bauman: “las respuestas absolutas hacen líquido un mayor escepticismo y dejan sin fondo a monstruos que hoy se ven como dinosaurios en extinción”.
Basta con mirar estudios tan serios como el Latinobarómetro 2021 o las principales encuestas elaboradas por empresas serias en nuestros países, para corroborar que los referentes de los ciudadanos están cambiando, que los personajes e instituciones tradicionales y sólidas que nos dejó el Siglo XX, hoy precisamente dos décadas después se han transformado convirtiéndose en débiles y decadentes especies que no han hecho cumplir la vieja frase de que los hombres pasan y las instituciones quedan. Ahora, ni las instituciones ni los grandes personajes ofrecen respuestas a largo plazo, tampoco hay largo plazo garantizable y en medio de la búsqueda, miles de ciudadanos agotan su percepción acogiendo sus afectos y buscando respuestas en paradigmas culturales, sociales, religiosos e ideológicos que responden a sus más profundos anhelos en medio de un mundo y un planeta cuya realidad cambió para siempre.
Modernizar los liderazgos
En medio de retos tan profundos, en los nuevos tiempos que llegan en medio de esta “covidianidad” que nos ha correspondido afrontar, no como un tema pasajero sino como una nueva constante en esta realidad de humanidad a distancia social, parece que deambulamos entre ese anhelado cambio y comportamientos contrarios al bien común, aunque sí se identifica una tendencia de la sociedad a valorar otro tipo de carácter y otro tipo de personalidad en la imagen que proyectan sus líderes.
Atrás siguen quedando líderes y lideresas que ven como algo atractivo la burla a la condición homosexual, el machismo, el maltrato humano o animal, la destrucción del medio ambiente como símil de desarrollo, la violación de los Derechos a la libertad de expresión, los ataques a las religiones o credos y cualquier rasgo que evoque violencias y se aleje del imperativo del cuidado. Hoy un enfoque de responsabilidad colectiva e individual en temas de gobierno que ya no es un mensaje romántico, sino un imperativo, es evaluado por diferentes individuos y colectivos a la hora de ejercer su derechos al voto, brindar su respaldo a un líder político o a la causa que él enarbola.
La humanidad y su futuro hoy está encerrada en un círculo vicioso que deambula entre el deber político de cumplir la palabra, ejercer la autoridad y concretar obras por un lado y por otro, conectarse con la conversación que refleja el humor social ciudadano para no perderse del corazón decisión de quien es gobernado. En medio de esta dicotomía por la cual muchos deambulan se impone un imperativo de cuidado colectivo que nos debería hacer “mirar para arriba” como en la película de cine, para poder priorizar las emociones del cuidado por encima de las fútiles e inútiles emociones que nos llevan a una autodestrucción que pareciera inevitable.
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