Las crisis así como las pandemias aceleran las transformaciones sociales. Sin duda para las generaciones actuales y algunas próximas, el coronavirus marcará un hito demasiado profundo; sin importar el hemisferio, el desarrollo o el partido de gobierno, todos sin excepción, vivimos una sacudida que aún si lo analizamos sigue siendo un hoyo negro. Muchas familias perdieron seres queridos, se acabaron matrimonios, otros se reconciliaron, descubrimos lo que podíamos llegar a extrañar un abrazo o tomar un avión para escapar de la cotidianeidad. Todos sin excepción tuvimos que encerrarnos no solo en casa, muchos en nosotros mismos.
Las pandemias siempre han sido parte de la historia de la humanidad, una especie de momento caótico que siempre cobra vidas a su paso pero que trae también consigo, una serie de reflexiones que dan paso a nuevos momentos históricos. Revisando precisamente esa historia, algunos libros registran la primera pandemia durante la Guerra del Peloponeso (año 430 a.C.) en Atenas y la cual luego de tres décadas de muerte y decadencia trajo consigo enfermedades que se extendieron al sur de Europa y el norte de África. Luego llegó la peste negra, la viruela, la fiebre española, el ébola, la viruela, el sida, el H1N1, entre otras.
Muchos de estos episodios vienen de la mano de guerras, conquistas y descubrimientos que fueron el caldo de cultivo para virus, gérmenes y bacterias que en ambientes hostiles se propagan con facilidad y sin control. Son muy pocos los registros que se tienen porque fueron momentos de la humanidad sin mucho rigor científico y la comunicación entre sociedades era muy precaria por lo que solo conocemos pedazos de la historia.
Volviendo a nuestro momento. Diciembre de 2019: Donald Trump era el presidente del país más poderoso del mundo, Vladimir Putin en Rusia, Jair Bolsonaro en Brasil, Ángela Merkel en Alemania, Emanuel Macron en Francia y Andrés López Obrador en México. Los continentes sin excepción se debatían entre izquierda y derecha. Las redes sociales y las multiplataformas nos hacían sentir conectados con cada rincón del planeta; las fronteras eran cada vez más difusas, el mundo se sentía pequeño y nada nos detenía. Éramos una especie conquistando el mundo en una soberbia colectiva. Pero nada más cierto: el hombre hace planes y Dios se ríe de ellos.
Desde América vimos caer a Italia, España, Bélgica, Francia, Alemania y Reino Unido en una especie de efecto dominó. El tema se empezó a complicar cuando llegó el primer caso a Brasil y ya para el 24 de marzo del 2020, el gobierno colombiano mediante decreto, ordenó el aislamiento preventivo obligatorio, lo que significó que TODOS debíamos estar encerrados en casa sin importar con quién, en dónde o cómo. Miles de historias se conocen: familias divididas de un momento a otro como en la época del muro de Berlín, cierre de empresas, desempleo, gobiernos sin idea de cómo solventar la situación; escasez de alimentos, desinfectante, tapabocas, sobreinformación y lo que ya normalizamos: las fake news. De pronto, el mundo quedó sumido en una especie de blackout: en casa, encerrados a las malas, con miedo, con ansiedad y mil preguntas sin respuesta. Colombia tuvo una particularidad, ya que fuimos a elecciones de alcaldes y gobernadores en octubre de 2019 y el mandato inició el 1 de enero de ese 2020 y presenciamos gobiernos regionales que no se terminaban de acomodar en sus nuevos cargos, enfrentando la pandemia y con sus retos sociales, económicos y de salubridad.
Nos volvimos ciudades fantasmas, la gente clamando en redes por ayudas para los ancianos que no tenían cómo alimentarse, ayudas para niños que no tenían qué comer porque sus padres no podían salir a trabajar y conseguir el dinero del día. Gobiernos improvisados que no entendieron las necesidades de la gente porque el hambre y el frío no entienden de virus. Si teníamos países tercermundistas con grandes diferencias sociales, el COVID 19 nos vino a restregar en la cara que un gran porcentaje de la población mundial vive en la miseria y que si el mundo se detiene para algunos que tenemos comodidades, para los menos favorecidos no se detiene y los atropella aún con más violencia.
A los pobres los olvidó el Estado, los ciudadanos, la naturaleza y Dios. Era muy fácil entender el dolor y la angustia de la gente que no tenía los recursos para vivir; que día a día sobreviven. Qué diferente la realidad de la pobreza latinoamericana frente a la europea o americana donde los gobiernos sin importar las ideologías políticas, tienen el músculo financiero para sostener una crisis. El mundo fue testigo de la vulnerabilidad individual y colectiva. Helena Carreiras y Andrés Malamud en su escrito Geopolítica del coronavirus, lo dejan muy claro: “la pandemia no afecta a todos por igual, porque el contexto local bifurca los impactos globales. Los países desarrollados enfrentan una doble crisis: sanitaria y económica. Pero la crisis en los países subdesarrollados es triple: sanitaria, económica y social”.
En Colombia especialmente, el aislamiento y lo que esto económicamente produjo nos llevó al más alto estallido social y las calles de muchas ciudades fueron incendiadas como forma de protesta frente a miles de décadas de pobreza y olvido del Estado. El COVID-19 le dio a muchos la valentía para rebelarse; a otros, la claridad para saber que están en su derecho de exigirle a los gobernantes y, a muchos. nos permitió hacer una pausa para entender que el mundo cambió y no volverá a ser el mismo, afortunadamente.
Tal vez, la conclusión más acertada la plantea Eduardo Fidanza, licenciado en sociología de la Universidad de Buenos Aires, analista político y columnista del diario La Nación: “es muy difícil, en las actuales circunstancias, imaginar el día después. En realidad, el nivel de incertidumbre es tan alto, que pensar en el futuro posterior a la epidemia es apenas una conjetura, basada en pocas premisas”.
Son muchos los nuevos ejes en nuestras sociedades. La individualidad con sus pros y contra; la tecnología inmersa en la educación y la economía liderada por el mercado digital; la salud mental, la ciencia y la investigación al servicio de la humanidad; el teletrabajo y los nómadas digitales y un nuevo panorama geopolítico que, sin duda, marcará las próximas décadas, con gran incidencia en las urnas y en las decisiones políticas y de seguridad de cada país.
Para Carlos Suárez, CEO de Estrategia&Poder, “la explosión descontrolada de los contenidos digitales por cuenta de la pandemia y su rapidez incide de manera contudente en la comunicación política y el mismo elector que ya se perfila como un votante con necesidades de mensajes cada vez más cortos y sobretodo, mucho más simbólicos”. Una comunicación más fácil, rápida, visual y dinámica porque este es un electorado con menos tiempo para gastarle a las teorías del viejo mercadeo político.
Todos sin lugar a dudas aprendimos una lección personal. Ahora, solo queda esperar que candidatos, estrategas y los equipos de comunicaciones, entiendan que ya los electores no somos los mismos, que estamos ante una nueva realidad y que este golpe que sufrimos como humanidad vino a cambiarnos la forma en la que decidimos escoger a quienes llevan los designios de un país así como la comunicación con los políticos y las nuevas exigencias como sociedad. Nos queda solo apelar a un nuevo concepto de la política misma y a la cooperación como lo menciona Diana Uribe, historiadora colombiana, en una entrevista: “si no aprendemos a cooperar no tenemos futuro como especie; la cooperación tiene que ser algo que introyectemos como un valor universal porque los problemas son de especie”. Nos guste o no la política es inherente a nuestra especie y como tal debe responder a esta cooperación, una respuesta a un sistema de estados y no de gobiernos.
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