Las emociones hacen ganar elecciones

La campaña de hoy

Las campañas electorales se han vuelto cada día más personales, conceptualmente es una consecuencia de la llamada “americanización” definida como la profesionalización de la estrategia política que dio lugar en EEUU desde la década de 1970 – 1980. La creciente mediatización, ya que en gran medida la escena y la agenda se desarrollan en los medios de comunicación masiva. A este impactante avance de décadas se sumaron las audiovisualización o videopolítica como modo de causar mayor impacto en las audiencias y todo lo que trajo aparejada la revolución digital amplificada aún más hasta el infinito sin límites en la post pandemia de 2020.

Los procesos tradicionales que demandaban tiempo se aceleran hasta límites insospechados e insoportables (no soportables) llegando a limites en que los mismos procesos reemplazados por la inmediatez y por lo tanto la discusión o el debate ya no se desarrolla en comisiones formales o en el recinto del Congreso sino en Twitter (hoy X) o en los estudios de un canal de televisión.

Este nuevo escenario es complicado, dinámico, avasallante y cambiante, parecen ser las emociones las que se imponen como nueva forma de comunicar. Son el hilo conductor que guían los contenidos. Ya no son los argumentos o las ideas, son las emociones como recurso táctico constante, efímero y potente.

Las emociones transmitidas o despertadas en la audiencia parecen ser la droga política de la nueva era. Las emociones simplifican, reducen el tiempo, entretienen y se transformaron en el nuevo espectáculo televisivo, radial y digital.

La lógica que sostiene a los “nuevos líderes” muchos de ellos outsiders y otros que se han adaptado es la del sensacionalismo duro, el llamado politeinment (la política concebida como espectáculo)

Es claro que las emociones son un elemento clave para movilizar políticamente y activar la participación electoral y en este sentido se presenta el dilema en los dirigentes: ¿Tenemos que explicar con la razón a una ciudadanía abrumada por otros estímulos más atrayentes o mejor es despertar emociones a una mayoría que solo prestará la mínima atención si el espectáculo político es acorde?

Son las emociones el primer elemento para tener en cuenta a la hora de intentar persuadir a otros que solo recordarán aquello que sientan y que les impacte. La política es pura sensación, sintonía y cercanía. No solo la confrontación de ideas para saber quién tiene la mejor propuesta para una determinada región.

Quien pretenda ganar una elección con las mejores ideas irá directo al fracaso. Es positivo tener un buen plan, pero si no hay conexión a través de emociones y sensaciones, será un excelente programa guardado en el cajón del escritorio porque pensamos lo que sentimos. En una interrelación constante entre razón y emoción. Pero somos seres emocionales que racionalizamos y no al revés.

¡Es la emoción… estúpido!

La política tradicional supone que las argumentaciones van por delante cuando en realidad van muy por detrás. Para estos políticos las emociones distorsionan el juicio y condicionan la verdadera esencia del contenido desarrollado, como si lo emocional fuera un impedimento para el lógico desarrollo de las ideas sensatas. Lamentablemente para ellos, debemos informales que el cerebro funciona de modo más simple: las emociones priman y determinan gran parte de los pensamientos, aunque pretendamos disimularlo.

No es la intención de este texto despreciar la razón, el debate de ideas y la discusión política de alto vuelo; por supuesto que es sana y necesaria. Solo que instamos a reflexionar sobre cómo el aparato cognitivo humano procesa ciertas informaciones y a partir de qué datos define la toma de decisiones políticas como el voto.

EL médico psicoanalista Luis Gratch suele decir que “el ser humano es un racionalizador de sus emociones con el objetivo de generar un pasaje por lo racional para que lo emocional cobre para nosotros un sentido más lógico”.  Y agrega: “Es una cuestión de narcisismo porque nos avergüenza sentir que somos básicamente emocionales y preferimos otorgarnos la categoría de racionales, o sea de seres pensantes”. Y cierra en sus conferencias: “Exaspera a nuestro ego aceptar que somos más emocionales que racionales”

Por ello, abordar el papel de las emociones, es estimular a cientos de miles de políticos que se concentran solamente en argumentos para influir en los votantes o en la opinión pública.

El amor y el odio

Es así como el amor por el propio candidato, grupo, partido, secta o tribu prima por sobre la racionalidad de la ideología que los vincula. Es el nexo la verdadera causa

El odio agrupa incluso más que el amor, une por espanto, define una pertenencia en contra de y consolida a través de un objetivo táctico muy claro. El triunfo sobre el adversario. Es ese odio que motiva más que cualquier elemento explicativo de porqué existe tal disenso con el exo grupo.

El discurso político

El objetivo central de cualquier discurso es ser eficaz, llegar del mejor modo posible a los destinatarios del mensaje; existe variada bibliografía al respecto en la cual indefectiblemente lo más nuevo indica que es muy relevante el contenido de las propuestas como la sintonía emocional.

¿Qué decimos, cómo lo decimos, qué pretendemos, por qué es importante y para qué lo hacemos? Hablar solo del qué, de las ideas indefectiblemente coloca el foco en la emisión del mensaje y deja de lado al receptor. Ponerse en sus zapatos no es solo interpretar lo que necesita sino contemplar cómo hacer para que el mensaje llegue, de modo simple, repetitivo y orquestado. Se trata de “tenerlos en cuenta” de acuerdo el ecosistema comunicacional, el impacto de las nuevas tecnologías, la inmediatez, la velocidad, el tono y el lenguaje.

Conectar

El mensaje hoy es la conexión y la sintonía fina que permita representar a través de la identificación. “Conozco lo que te sucede”. Ya no se juzgan las promesas de campaña sino su modo, diseño, adaptación y segmentación.

En definitiva, no es más que una relación humana, que se desarrolla con naturalidad en la búsqueda de la conexión, la empatía y la coincidencia y no solo el debate sobre programas y propuestas.

Emociona el objetivo, el desafío, el objetivo común o la satisfacción del triunfo alcanzado. En definitiva, se trata de hacer sentir al ciudadano.

Hacer sentir la electricidad que recorre el edificio de las palabras. Movilizar con la gasolina del carro de las propuestas y establecer una sintonía fina en la antena del hogar de las promesas.

Amor, odio, asco, miedo, enojo, tristeza y sorpresa

También pertenencia, fe, esperanza y orgullo

Hacer sentir, de eso se trata.

Psicólogo, consultor y analista político, Magister en Marketing Político. Especialista en campañas electorales y de gobierno. Entrenador de dirigentes en discurso y oratoria. Media Trainer